¿Quién no se quiere integrar?
- Evelyn Calcagno
- 10 may 2016
- 6 Min. de lectura

Evelyn Calcagno, ex alumna del colegio,nos invita a reflexionar sobre los vínculos escolares y nos cuenta lo difícil que resulta integranos.
Cuántas veces escuchamos esta excusa como respuesta a preguntas de por qué no se habla con cierta persona o indagamos por qué siempre está sola?
Una persona no suele decidir estar sola, a no ser que la lleven a eso. Pero, ¿qué cosas lo causan?
Vivimos en una sociedad que trata mal al diferente y lo aísla por el simple hecho de ser diferente, ya sea por diferencias físicas, por no pensar igual o cualquier otra razón que demuestre que no somos todos iguales. Una persona que no es parte, es un “otro” en tanto que no nos hemos dado la oportunidad de saber de él: de cómo piensa, de lo que siente, de lo que le gusta, etc.
Al otro se lo maltrata o se lo molesta porque se lo toma como una amenaza a lo ya conocido, a la realidad con la que todos se sienten cómodos. A pesar de que el otro no busque cambiar nada, se intenta lograr que se sienta inferior, de esta forma nunca se le ocurriría que podría cambiar nada aunque quisiera.
El otro empieza a sentirse inferior, a pesar de que quizás no tiene ninguna razón de hacerlo. Esto empieza a hacerle cada vez peor: comienza a sentirse incómodo, que sobra, avergonzado de lo que es y con ganas de ocultarse de los demás, para lograr así que dejen de hacerle notar que es diferente.
En determinado momento, el otro decide autoexcluirse. Busca no tener relación con la mayoría o todos sus pares por la vergüenza que siente al ser tratado como si valiera menos; por el miedo a seguir siendo tratado así.
Elige alejarse de los demás cuando ya se sufrió demasiado y no se quiere volver a ser lastimado. Elige aislarse cuando se tiene miedo a cómo te puedan tratar los otros; cuando esas personas te trataron mal durante mucho tiempo y no podes confiar en que ya no lo hagan.
Hay una forma de discriminación que circula entre los diferentes grupos, de una forma casi imperceptible y que pocos advierten. Hablo de aquella discriminación oculta detrás de cosas “cómicas” y que suele ser la que más duele, la que deja marcas más profundas. Al ser vista como algo gracioso, se la toma naturalmente dejando heridas que nunca cierran, ya que se vuelve algo recurrente porque se piensa que el perjudicado está bien con eso.
Y quizás sí lo está. No todos se toman personales las bromas, o no todas ellas afectan de la misma manera. Pero sería falso decir que a nadie le llega de una forma profunda. Generalmente, a todos nos afecta alguna que otra cosa. Aunque luego de un tiempo, nos terminamos acostumbrando a la mayoría y nos volvemos inmunes. Pero hay gente que simplemente no logra ignorar todo lo que le lastima, y a cambio de eso, decide ignorar a quien lo lastima, incluso cuando esa persona es cercana como un amigo o un familiar.
Para que una persona sienta que lo mejor es aislarse, separarse de los demás, no alcanzan una o dos bromas. Tiene que sentirse realmente lastimado, a tal punto que ya no puede ni siquiera intentar confiar en la promesa de las otras personas de ya no volver a buscar que se sienta mal. Ante la duda de no saber si van a buscar de nuevo el hacerle mal, prefiere abrirse totalmente. Se decide ser un otro, ser alguien totalmente ajeno al grupo en el cual se supone que debe pertenecer.
La autoexclusión es un mecanismo de defensa, es una forma de buscar estar bien con uno mismo. Duele más la idea de seguir aguantando lo que lastima a convertirse en alguien “antisocial”.
La persona empieza a cerrarse sobre sí misma, a dejar de mostrarse por miedo a las consecuencias de eso. Decide volverse “uno contra el mundo”. Alza barreras para impedir que cualquier persona, ya sea con buena o mala intención, se acerque lo suficiente como para notar que tiene algo que está “mal” en él. De esta forma busca no volver a dejar que nadie se aproveche de sus diferencias para lastimarlo o hacerle mal.
Luego de un tiempo, cuando los compañeros se dan cuenta que ya es inmune a los chistes, se busca volverlo a integrar. Esto generalmente no se logra, ya que la persona está tan cansada de pasarla mal que termina prefiriendo, ante la incertidumbre de no saber si van a volver a repetirse los momentos difíciles, seguir como está: sola, aislada de todos y encerrada en sí misma.
En ese momento es cuando los demás notan que él no aprecia los intentos de ellos por volverlo a unir, y que quisiera simplemente que lo dejen en paz. Ahí es que se empieza a decir que esa persona es la que “no le interesa ser parte”.
Se comienza a tildar a la persona aislada como alguien “raro” porque prefiere estar solo a estar con compañía. Empiezan a decir que todo es culpa de ella ya que nunca se tomó bien los chistes, sino que empezó a guardar “resentimiento” contra ellos por algo que no tenía la intención de lastimar.
Quizás simplemente no se dan cuenta de cuánto contribuyeron a que ésto pase, o tal vez si lo notan y prefieren obviar el hecho de que ellos tuvieron algo de culpa por lo que está pasando. En estas situaciones, como en el resto de la vida, se quiere echar toda la culpa al otro, logrando así quedar totalmente impune.
Pero, en estos casos, ¿quién es el verdadero culpable? ¿Lo es el grupo que hace bromas con situaciones que pueden lastimar? ¿Lo es la persona por no hablar con ellos y decirles como en verdad se siente? ¿Lo son los terceros que ven esta situación y no intentan poner un freno?
Para mí, es un poco de todos.
Si el grupo tiene como costumbre el molestar con esas cosas y no tener en cuenta el pensamiento de los demás porque generalmente no se quejan, es responsabilidad de la persona aclarar que no se siente cómodo con esas cosas.
Si la persona lo habla y avisa cómo se siente respecto a esas cosas, y el grupo sigue haciéndolo igual, es responsabilidad de un tercero frenar lo que está pasando y demostrar al grupo que no es mentira de que a la persona le hace mal.
En cambio, si una persona es diferente y un grupo empieza a molestarla por ésto a propósito de lastimarla, en ese momento es más que claro que el grupo tiene más culpa que cualquier otro.
En las escuelas, hoy en día es cotidiano ver éstas situaciones. Chicos que deciden ellos mismos dejar de intentar tener relación con sus compañeros.
Esto se está expandiendo cada vez más y más; lo que no quiere decir que esté bien. ¿Es normal que un chico o un adolescente simplemente decida no hablar con la mayoría o ninguno de sus pares? Lamentablemente, cada vez es más común.
Y cuando se intenta que los compañeros lo integren, le echan la culpa a la persona que se autoexcluye, diciendo que es él o ella el que prefiere estar solo. No se reconoce la culpa del grupo, el haberle dado todas las razones para que se llegue a eso.
Es triste ver que, en la sociedad actual, se aceptan cada vez más éstas situaciones sin ningún tipo de preocupación. ¿Es esta la sociedad en la que queremos vivir? ¿En la que hay personas que simplemente deciden dejar de intentar tener una relación con el resto de los seres humanos por el simple hecho de que tienen miedo de que sigan lastimándolos? Y pensemos… ¿Hasta qué punto fueron dañados para ya no poder ni siquiera intentar estar cerca de alguien?
Todos los seres humanos tenemos diferentes niveles de sensibilidad. Algunos son mayores y otros menores. Se puede demostrar más o menos. Pero todos la tenemos. A muchas personas pueden no afectarle algunas cosas, mientras que son las que más afectan a otras. Cada ser humano es diferente, y está en nosotros mismos aceptarnos con todas las cosas que nos hacen nosotros mismos, y aceptar a los demás. Todos tendríamos que tener en cuenta que quizás, aunque una persona no lo demuestre, está siendo dañada por nuestras palabras. Y muchas veces las palabras duelen más que las acciones. Hay que impedir que una persona se aleje, tanto como hay que impedir que le den razones para hacerlo. Al fin y al cabo, todos vivimos dentro de una misma sociedad, y a pesar de las diferencias, todos valemos lo mismo.
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